El 21 de febrero de 1905, el autor del esperanto, Lázaro Luis Zamenhof, escribió una carta a Louis Michaux, uno de los dirigentes del movimiento esperantista francés, en la que habla acerca de sí mismo, en una especie de autobiografía intelectual que resulta valiosísima para conocer el ideario del autor del esperanto.
Estimado señor:
Me pide que le dé detalles acerca de mí y de mi vida. Lo haré con mucho gusto, pero desgraciadamente es poco lo que podré hacer. He aquí las causas: para las generaciones futuras, mi biografía quizá carezca de interés, pues en efecto, toda mi vida, desde mi más tierna infancia hasta ahora, presenta una serie constante e ininterrumpida de luchas diversas: a) en lo interno, en mí constantemente luchan entre sí diversos ideales y objetivos, y todos son para mí igualmente imperativos, pero conciliarlos entre sí es, por lo general, en extremo difícil, lo cual me atormenta mucho; b) en lo exterior, con frecuencia he debido luchar contra diversos obstáculos, pues mis ideales nunca fueron los de moda y por ello nunca han faltado quienes su burlen o los ataquen. Además de eso, muchos años realicé grandes y tormentosos esfuerzos para ganarme el pan y esa lucha por el pan me ha envenenado mucho la vida. En los últimos años, por fin he logrado que no me falte el pan, pero, ¡ay!, esa larga lucha me ha cansado mucho y ahora, aun sin cumplir los 46 años, me siento como si tuviera 60.
Acerca de mi batalla interna y mis ideales quisiera y podría contarle muchas cosas. Pero, como ya le dije, si para las generaciones futuras mi relato quizá tenga algún interés, para la generación actual es por completo inoportuno.
Pues desde el principio del relato necesariamente tendría que informar que soy judío, y que todos mis ideales, su surgimiento, su maduración y permanencia, toda la historia de mis constantes luchas internas y externas, todo está indisolublemente ligado a este judaísmo mío. Nunca oculto el hecho de ser judío y todos los esperantistas lo saben; con orgullo me cuento entre ese pueblo, tan antiguo y que tanto ha sufrido y luchado, cuya misión histórica consiste, en mi opinión, en la unificación de las naciones en la búsqueda de "un Dios", es decir, unos ideales para toda la humanidad; pero en el momento actual de chovinismos nacionales y de un antisemitismo muy difundido, es inoportuno hacer de mi judaísmo tema de discursos públicos y podría dañar a nuestra causa. Y es prácticamente imposible hablar con detalle acerca de mi vida y la historia de mis ideas, sin la repetición constante de mi judaísmo.
Si yo no fuera un judío del gueto, no me habría venido a la cabeza la Idea de la unificación de la humanidad, o no se me hubiera quedado con tanta obstinación a lo largo de toda mi vida. Nadie puede sentir con más fuerza la desgracia de la desunión humana que un judío del gueto. Nadie siente con mayor fuerza la necesidad de una lengua sin nacionalidad, neutral y humana, que un judío que se ve obligado a orarle a Dios en una lengua muerta desde hace mucho tiempo, que recibe su educación e instrucción en la lengua de un pueblo que lo rechaza, y tiene hermanos de desgracia en todo el mundo con quienes no se puede entender. No tengo el tiempo ni la paciencia para explicarle con detalle la situación de los judíos rusos y la influencia de esta situación en todos mis objetivos y luchas. Simplemente le diré que mi judaísmo es la causa principal de que, desde mi más tierna infancia, me haya entregado por entero a una sola idea y a un solo sueño: al sueño de la unificación de la humanidad.
Esta idea es la esencia y la meta de toda mi vida. El asunto del esperanto es sólo una parte de esta idea; acerca de la parte restante nunca dejo de pensar y de soñar; y tarde o temprano (quizá muy pronto), cuando el esperanto ya no me necesite, saldré a la luz con un plan para el cual me preparo desde hace tiempo y sobre el cual quizá le escriba en otra ocasión. Este plan (al que llamo "hilelismo") consiste en la creación de un puente moral, por medio del cual todos los pueblos y las religiones podrían unirse fraternalmente, sin crear nuevos dogmas inventados y sin la necesidad de que los pueblos desechen sus religiones actuales. Mi plan consiste en la creación de esa unidad religiosa, que abarcaría pacíficamente a todas las religiones existentes, del mismo modo en que, por ejemplo, un reino abarca pacíficamente a diversas familias, sin obligar a ninguna de ellas a descartar sus propias tradiciones familiares.
Pero si mi judaísmo dio origen, fortaleció e hizo que en mí se obstinara el objetivo de la unificación de la humanidad, este mismo judaísmo también me ha creado diversos obstáculos en el camino, presentándome una constante batalla interna, que con frecuencia me atormenta y me fatiga mucho (por lo demás, esta batalla interna me ha atormentado muy fuerte en los últimos cinco años, en los que he debido modificar una y otra vez mis planes sobre el "hilelismo" y hasta ahora no he llegado a una decisión definitiva y duradera).
Si yo no fuera judío, entonces podría entregarme a mi sueño total y absolutamente; pero, como pertenezco a un pueblo que ha sufrido mucho y que aún ahora sufre terriblemente (en especial en Rusia, donde las quejas constantes de mi infeliz pueblo, terriblemente oprimido y calumniado, me envenenan el alma), con frecuencia me atormenta la idea de que no tengo el derecho moral de trabajar en pro de ideales neutrales, cuando mi pueblo sufre tanto y cuenta con tan pocos luchadores. Además de eso, con frecuencia me digo a mí mismo:
"Cuando un judío trabaja por la unificación de la humanidad, sólo se burlarán de él y lo atacarán; dirán que lo hace sólo por egoísmo, por quitarle a naciones más felices los privilegios de que disfrutan en relación con la infeliz y por doquiera perseguida judería. Fortalece la situación de tu propio pueblo, dale a tu pueblo una tierra, una lengua y una gloria, y sólo entonces tendrás el derecho de hablar de la unificación de los pueblos, así como de reformas sociales sólo pueden hablar con éxito los ricos, que ofrecen algo, y no los pobres que lo exigen."
Cada vez que me atacaban estos pensamientos se despertaban en mí ambiciones por mi pueblo, siempre perseguido e infeliz en todos los sentidos: yo (por amor a mí mismo ideal principal) me convertía en patriota de mi pueblo. En mi juventud, por mucho tiempo fui un ardiente "sionista" (entonces el sionismo todavía no estaba de moda; yo fui de los primeros pioneros de esta idea y entonces mis compatriotas se mofaron de mí, cuando con ardor juvenil y profunda convicción hablaba de reconstruir la patria judía en Palestina). Trabajé con energía por esa idea y fundé con éxito los primeros grupos sionistas.
(Después de tres o cuatro años de enérgico trabajo en favor del sionismo llegué a la convicción de que esa idea no conducía a ninguna meta y por ello la descarté, aunque en mi corazón siempre me siguió siendo querida, como un sueño agradable pero irrealizable; cuando en 1897 surgió el gran movimiento sionista organizado por Herzl, ya no pude afiliarme a él.)
Pero incluso cuando era un ardiente sionista, nunca dejé de soñar y trabajar por mi idea principal (la unificación de la humanidad). Yo esperaba que, cuando mi pueblo hubiera encontrado su antiguo hogar y su felicidad, realizaría con éxito su misión histórica, en la que soñaron Moisés y Cristo, y queriéndolo o no, esto tendría que fundar un pueblo y un país ideal, neutral en lo humano, con una lengua neutra y sin nación, y una religión filosóficamente pura y, también, neutralmente humana, y se realizarían las palabras de la Biblia, que todos los pueblos vendrían a Jerusalén para adorar al único y solo "Dios", y Jerusalén sería un centro que unificaría fraternalmente a toda la humanidad...
Ya que la mayor parte de mi pueblo (en especial en Rusia) no usa las lenguas locales, sino que habla en una "jerga" especial, judío-alemana (la llamada "yiddish"), que hasta ahora no posee ninguna gramática, hace mucho tiempo dediqué cerca de dos años a la investigación básica de esa jerga; investigué todas sus leyes y elaboré su gramática (que, sin embargo, no he publicado). Después, sin embargo, también descarté esta actividad, pues en mi opinión, despertar un patriotismo casi nacionalista entre los judíos podría ser dañino para ellos mismos y para la idea de la unificación de la humanidad.
Hubo un tiempo en que pensé que todos los habitantes de un país deberían tener una sola religión y hablar un solo idioma. También quise empezar a propagar esta idea, pero pronto la descarté pues me convencí de que no era buena.
No puedo contarle a usted toda la historia de mis ideas y objetivos, pues, en primer lugar, eso me exigiría mucho tiempo, y en segundo, no es de interés para usted, ni le daría material para un discurso público. Le he contado a usted algo
personal, para que usted tenga una idea aproximada de mi vida; pero no se debe de hablar de ello en público. Sólo quiero decirle que, aunque desde mi más tierna infancia en mí siempre ha dominado el "hombre", sin embargo, debido a la desgraciada situación de mi pueblo, en mi corazón con frecuencia se despierta el "patriota", que lucha terriblemente contra el "hombre". En los últimos diez años, el "hombre" y el "patriota" poco a poco han hecho las paces en mi corazón en la forma del "hilelismo", al que ya hice alusión y cuya esencia posiblemente publique en uno o dos años. Hace cuatro años publiqué un libro sobre el hilelismo, dirigido especialmente a los judíos rusos y escrito en lengua rusa (bajo el muy secreto pseudónimo de "Homo sum"), pero casi nadie sabe acerca de esta obra, ya que no la mandé a ninguna revista y sólo ha circulado como "ballon d'essai" entre un reducido número de hombres inteligentes. La opinión que escuché acerca de este libro me servirá de experiencia para la futura y definitiva formación de mi idea, que en algunos años pienso presentar a los intelectuales de todas las naciones y religiones.
De los pocos ejemplos que le he dado, usted verá que la historia de mis ideas definitivamente no puede servir de tema para su discurso público. Por eso guardo silencio y sólo le daré algunos datos secos de mi biografía. (Estos datos se los doy no como una carta abierta, sino sólo en privado, como material; tome de ellos los que considere útiles.)
Nací en Byalistok, el 15 de diciembre de 1859. Mi padre (que aún vive) y mi abuelo fueron profesores de idiomas. La lengua humana siempre fue para mí el objeto más querido del mundo. La lengua que más amé era en la que fui educado, es decir, la rusa; la estudié con el mayor deleite; soñaba con convertirme en un gran poeta ruso (en mi infancia escribí diversos poemas y a los diez años escribí una tragedia en cinco actos). Con placer estudiaba también otros idiomas, pero éstos siempre me interesaron más en la teoría que en la práctica; y como nunca tuve la posibilidad de ejercitarme en ellos, y como siempre leía nada más con los ojos y no con la boca, por ello sólo hablo fluidamente tres idiomas (ruso, polaco y alemán); la lengua francesa la leo con fluidez pero la hablo muy poco y mal; además de esto, en diversos momentos estudié cerca de otros ocho idiomas, que conozco muy poco y sólo en teoría.
En mi infancia amaba con pasión la lengua rusa y todo el reino ruso; pero pronto me convencí de que a mi amor le pagaban con odio; que los dueños exclusivos de esa lengua y de ese país eran aquellos hombres que veían en mí sólo a un extranjero sin derechos (aunque yo, mis abuelos y mis tatarabuelos nacimos y trabajamos en este país); todos odian, desdeñan y oprimen a mis hermanos; vi que también todas las demás razas que vivían en mi ciudad se odiaban y perseguían entre sí... y yo sufría mucho por todo esto y empecé a soñar en un tiempo feliz, en el que desaparecerían todos los odios nacionales, cuando existiría una lengua y un país pertenecientes en todo derecho a todos sus hablantes y habitantes, cuando los hombres se comprendieran y amaran unos a los otros.
En el año de 1869 entré en el liceo real de Byalistok, pero tuve que abandonarlo dos meses después por una grave enfermedad (en mi infancia fui muy enfermizo). En 1870 volví a entrar y estudié con grandes éxitos. (Debo señalar que en los nueve años de mi instrucción en el liceo, tanto en Byalistok como después en Varsovia, siempre fui el primero de mi clase. Los profesores me consideraban muy capaz y mis compañeros profetizaban [sin ninguna envidia, sino con muy buena voluntad, ya que nunca tuve enemigos entre mis compañeros] que en la vida yo alcanzaría los mayores éxitos. Esto, sin embargo, no se cumplió y por mucho tiempo tuve que batallar hasta que pude darle a mi familia un modesto pan.)
En 1873, mis padres se trasladaron a Varsovia, donde mi padre obtuvo el cargo de profesor de alemán en el liceo real. Yo pasé cinco meses en casa para estudiar latín y griego, y después entré en el segundo liceo de lenguas de Varsovia, que terminé en el año de 1879. Entonces viajé a Moscú, y allí entré en la facultad de medicina de la universidad. Mis compañeros de Moscú eran representantes de las más diversas razas, y eso fortaleció en mí la meta de una familia humana unificada.
Zamenhof en 1887 |
Pero pronto la situación económica de mis padres se volvió mala y no pudieron seguir sosteniéndome en Moscú y por ello, en 1881 regresé a Varsovia, entré en la universidad de ahí y la terminé a principios de enero de 1885. Entonces me trasladé a la ciudad de Vejseje para empezar a ejercer como médico. Después de practicar ahí cuatro meses, me convencí de que para mí no era adecuada la práctica de la medicina general, pues yo soy muy impresionable y el sufrimiento de los enfermos (en especial de los moribundos) me atormentaba mucho.
Entonces regresé a Varsovia y decidí elegir una especialidad más tranquila, es decir, las enfermedades de los ojos. Trabajé seis meses en la sección de oftalmología de un hospital de Varsovia; después estudié un tiempo en las clínicas de Viena (Austria) y, a fines de 1886, empecé a ejercer de oftalmólogo en Varsovia.
Clara Zilbernik |
Fue entonces cuando conocí a mi actual esposa, Clara Zilbernik, de Kaunas (en ese tiempo visitaba a su hermana en Varsovia). Me casé el 9 de agosto de 1887. A mi novia le expliqué toda la esencia de mi idea y los planes de mi actividad futura.
Y le pregunté si quería unir su destino al mío. Ella no sólo estuvo de acuerdo sino que puso a mi entera disposición todo el dinero que poseía, lo que, después de una larga e infructuosa búsqueda de editor, me dio la posibilidad de editar yo mismo (en julio de 1887) mis primeros cuatro folletos (manuales de esperanto en ruso, polaco, alemán y francés). Después publiqué el "Segundo libro", el "Suplemento", "La Tormenta de nieve" y "Los hermanos" (obras de Grabowski), la traducción del "Segundo libro" y del "Suplemento", el Diccionario intermedio alemán, el Diccionario completo ruso, libros de texto en inglés y sueco, la Princesa Mary, los directorios, etcétera, y también di el dinero necesario para publicar las obras de Einstein y de H. Philips. También publiqué muchos anuncios en revistas, distribuí gran número de libros, etcétera.
El esperanto pronto consumió la mayor parte del dinero de mi esposa; el restante no tardamos en agotarlo, pues los ingresos de mi ejercicio como médico eran terriblemente bajos. A fines de 1889, me quedé sin un centavo.
Fue muy triste mi vida entonces. Debí dejar Varsovia y buscar el sustento en otro lugar.
Mi esposa tuvo que irse con nuestro hijo a casa de su padre y yo viajé (en noviembre de 1889) a la ciudad de Gerson (sur de Rusia), donde no había oculistas (sólo había una mujer oculista) y donde por ello esperaba encontrar el sustento para mi familia. Pero mi esperanza me engañó terriblemente: mis ingresos ahí no sólo no me dieron la posibilidad de alimentar a mi familia, sino que incluso para mí mismo no eran suficientes, pese a mi modesta y avara forma de vivir. Simple y literalmente, en muchas ocasiones no tenía que comer y con frecuencia me pasaba sin alimentos. Ni mi esposa ni mis familiares sabían de esto, ya que yo no quería afligir a mi esposa y en mis cartas constantemente la consolaba, diciéndole que me iba muy bien, que tenía muchas esperanzas, y que pronto mandaría por ella, etcétera.
Sin embargo, finalmente no pude sostenerme y tuve que confesarle a mi esposa toda mi situación. Yo aún era muy orgulloso para aceptar ayuda económica de alguien; empero, la infelicidad y los constantes ruegos de mi esposa me obligaron a aceptar el apoyo financiero de mi suegro (quien desde entonces y aún ahora nunca me negó su ayuda y gastó mucho dinero en mí) y regresar a Varsovia con la esperanza de que mi ejercicio profesional fuera mejor. En mayo de 1890 regresé a Varsovia.
Pero también en esta ocasión me engañó la esperanza. Mis ingresos no aumentaron y mis deudas crecieron. Finalmente, sin la posibilidad de seguir esperando, en octubre de 1893 me trasladé con mi familia a la ciudad de Grodno. Ahí mis ingresos eran más altos que en Varsovia y la vida menos cara. Aunque tampoco en Grodno mis ingresos cubrían por completo mis gastos, y tuve que seguir recibiendo la ayuda de mi suegro, sin embargo, aguanté con paciencia durante cuatro años. Per, como mis hijos crecieron, requiriendo una educación más costosa, y la ciudad de Grodno era tan pobre que un oculista allí jamás podría aumentar sus ingresos, tras la constante petición de mi suegro, a fines de 1897 decidí regresar de nuevo a Varsovia y hacer allí el último intento.
Mi situación anímica era terrible en ese entonces. Sentía muy claramente que ése era mi último intento, y que si en éste tampoco tenía éxito, yo estaría perdido. En el curso de un año casi enloquecí de desesperación. Pero, finalmente, gracias a mi último resquicio de fuerzas, la suerte me empezó a ser más favorable. Pronto mi práctica como oculista empezó a crecer más y más, y ya en 1901 era tan grande que mis ingresos cubrían por completo todos mis gastos. ¡Estaba salvado! Después de muchos años de grandes sufrimientos y luchas, por fin llevaba una vida más tranquila y ahora tengo lo suficiente para el sustento de toda mi familia (aunque, claro, debo vivir en forma muy modesta y contar cada centavo). Vivo en una de las calles más pobres de Varsovia; mis pacientes son personas de escasos recursos que me pagan muy poco. Debo recibir entre 30 y 40 pacientes al día, para obtener de ellos lo que otros doctores tienen con cinco o diez pacientes. Sin embargo, ahora estoy muy satisfecho, pues me gano el pan y no necesito la ayuda de nadie.
Tengo tres hijos: un varón y dos niñas.
Ya estoy muy cansado y a usted también lo habré cansado con esta carta tan larga. ¡Adiós!
P.S. Le dije anteriormente que hablar en público acerca de mi nacionalidad podría ser inoportuno en el momento actual, pues debemos evitar todo aquello que sin necesidad dé origen a grandes disputas. Si usted habla acerca de mi nacionalidad, por favor diga que me considero un judío de Rusia.
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